P. Rico-Un mundo cambiante de retos al que la sociedad de hoy se enfrenta (análisis)

Por Rafael Santiago Medina

San Juan, 4 dic (INS).- Habiéndose mantenido casi invariable desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta la caída de la Unión Soviética y de los países comunistas de Europa del Este en 1991, la geopolítica mundial ha vuelto a ponerse en marcha pero de manera un tanto incierta e imprecisa.

En medio de esta incertidumbre geopolítica de los últimos 29 años, el mundo ha visto una revolución biotecnológica y de las comunicaciones en lo que se ha descrito como una nueva era digital con las computadoras personales, los teléfonos móviles o celulares inteligentes y la Internet.  Una revolución comunicacional similar a la invención de la palabra escrita hace cinco mil años y la imprenta en 1440.

La humanidad enfrenta en estos tiempos las migraciones masivas como no se veían desde antaño en los tiempos bíblicos y ello ha desatado xenofobias y nacionalismos recalcitrantes. Prolifera la migración del sur hacia el norte. Para esos ultranacionalismos, el culpable de todos los males de nuestras sociedades occidentales son los inmigrantes; la otredad étnica.

La reacción de esos ultranacionalismos ha sido la edificación de muros contra la inmigración en países, como Estados Unidos, Israel, Hungría, Serbia, Bulgaria, Grecia, Turquía y también en España, donde no hace mucho un ministro del Interior declaró que se elevaría a una altura de diez metros el muro que separa la ciudad autónoma de Ceuta del territorio de Marruecos para evitar nuevos asaltos de inmigrantes.

Abona a esa migración masiva el calentamiento global que es el otro fenómeno de nuestros tiempos y que crea destrucción de cosechas y desertización de tierras cultivables, crisis hídricas y elevación del nivel del mar. Un cambio climático como jamás había conocido las civilizaciones modernas y que ha desencadenado violentas tempestades, inundaciones, sequías, incendios forestales y climas calientes, pero también lluvias torrenciales, fríos extremos y nevadas catastróficas.

Hay una toma de conciencia sobre la urgencia de modificar nuestros hábitos de consumo; de optar por un sistema de producción energética que no emita gases de efecto invernadero. Cada vez es más consensuada la idea de que si no detenemos el calentamiento del planeta y el cambio climático, nos abocamos al colapso de las civilización de esta nueva era.

En los tiempos modernos, con el entramado de redes sociales en la Web, se ha desatado una vigilancia subrepticia y subliminal, si se quiere, de los gobiernos y las grandes empresas multinacionales, a través de la tecnología comunicacional de Google, Apple, Facebook, Amazon, etc. Estas empresas conocen más sobre nuestra identidad y hábitos de vida que nosotros mismos. Y en los próximos años, el control de las vidas de la gente estará determinada por la inteligencia artificial y los avances de la tecnología 5G. Los algoritmos determinarán la manera de vivir e incidirán en la acción volitiva de la gente.

El periodismo de hoy enfrenta un nuevo y brutal desafío con las plataformas digitales de las redes de comunicación social y el fenómeno de los “fake news”. Lo que muchos denominan como la post verdad o eufemísticamente llamadas como “verdades alternativas”.

Aquella utopía de una emancipación del ser humano con la revolución digital de la Internet y la democratización de la información se ha convertido en una distopía. La llamada “democratización” de la información está provocando una proliferación incontrolada de las comunicaciones. Y ese ruido comunicacional creado por las redes sociales constituye un problema, en vez de una bondad del progreso.

Así, vemos hoy como cada ser humano posee su propia verdad y la sustenta son las inagotables fuentes informativas digitalizadas de las redes sociales. La verdad es cada vez más relativa. La manipulación informática se ha generalizado peligrosamente con los “fake news”.

Las encuestas hechas al respecto revelan que los ciudadanos prefieren y creen más las noticias falsas que las verdaderas. Porque las falsas corresponden y están más a tono con lo que queremos creer. Estudios neurobiológicos confirman que la tendencia es adherimos más a lo que creemos que a la verdad objetiva y desarraigada intrínsecamente de nuestras subjetividades.

La sociedad humana de hoy vive en dos espacios: el habitual y cotidiano en coexistencia con el espacio digital y tridimensional de las pantallas. Un espacio paralelo de universos cuánticos donde las cosas o las personas pueden hallarse en dos lugares al mismo tiempo. Esto ha transformado la relación del ser humano con el mundo.

El problema es que ese mudo digital ha hecho posible una vigilancia basada esencialmente en la nueva tecnología de las comunicaciones. Es mediante la cual las autoridades gubernamentales con la ayuda de las grandes empresas informáticas intentan diagnosticar la peligrosidad de un individuo a partir de elementos de sospecha vigilando sus contactos en las redes sociales y sus mensajes digitales en ellas.

Al presente, en los Estados democráticos, las autoridades están legitimadas a vigilar a cualquier persona que consideren sospechosa, apoyándose en la ley y con la autorización judicial.

En ese nuevo Estado de vigilancia, toda persona es considerada sospechosa. Su clasificación se hace mecánicamente y de forma robótica, tras un análisis algorítmico de sus contactos en redes y sus comunicaciones.

Puesta la fe en informes de vigilancia, la prioridad de los gobierno es anticiparse represivamente “antes de que se cometa un delito”. Tal determinismo social fue imaginado hace más de sesenta años por el escritor estadounidense de ciencia ficción Philip K. Dick en The Minority Report y ahora tal conducta de las autoridades se ve reforzada por el fenómeno de la simbiósis política y religiosa del terrorismo.

Sin darnos cuenta, estamos siendo cada vez más observados y espiados mediante tecnologías sofisticadas para el rastreo. Empresas comerciales y agencias publicitarias monitorean nuestras vidas. Y el gobierno nos vigila en aras de la seguridad nacional. INS

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