P. Rico-Hostos cuando visita la tumba de Segundo Ruiz Belvis en un cementerio de Valparaíso en Chile

Eugenio María de Hostos./Suministrada

San Juan, 11 ene (INS).- En 1873, Eugenio María de Hostos estuvo en la tumba de Segundo Ruiz Belvis, en un cementerio de Valparaíso: iba a “visitar al olvidado”. El retrato moral que de él hizo, no tiene parangón en la historia de las letras puertorriqueñas.”He aquí, en el natalicio de Hostos, lo que el insigne patriota puertorriqueño escribió:

Documento: En la tumba de Segundo Ruiz Belvis

Eugenio María de Hostos (1839-1903)

A millares de millas de la patria.

Estoy en Valparaíso, emporio comercial de esta hermosa, tranquila, libre y civilizada República de Chile. Estoy solo con mi idea dominante. Ella es la que me sostiene en mis postraciones, la que me empuja hacia adelante, la que apaga en su fuego inextinguible mis lágrimas secretas, la que me hace superior a la soledad, a la tristeza, a la pobreza, a las calumnias, a las emulaciones, al desdén y al olvido de los míos, al rencor y a los insultos de nuestros enemigos. Ella es mi patria, mi familia, mi desposada, mi único amigo, mi único auxiliar, mi único amparo, mi fe, mi esperanza, mi amor, mi fortaleza. Ella es la que me señala en Puerto Rico mi deber; la que me indica en Cuba mi estímulo; la que me muestra la gran patria del porvenir en toda la América latina; la que hace del olvido, de la abnegación y del sacrificio de mí mismo un dogma; la que ha sustituido las creencias aprendidas de memoria, con esta religión de la patria americana y del deber; la que ha reemplazado las fáciles glorias de las letras, y los triunfos viciosos de la política de personalismo, con esta indiferencia por la gloria del talento, y con esta vehemente hostilidad a los triunfos de pasiones miserables; ella es la que me quiere tal cual soy, y tal cual los hombres no me quieren.

Dicen que por esta colina se sube al cementerio. Un esfuerzo más, y estaré en la cumbre. ¡Ah!, yo siempre estoy haciendo esfuerzos y jamás llego a la cumbre.

Toda eminencia es fatigosa, y la que voy trepando me fatiga. Trepo dos a la vez. ¿Cuál de las dos es la que más fatiga: la de mi idea dominante o la del cerro? La cumbre del cerro, ahí está. ¿En dónde está la cima de la idea? ¡Ah! ¡bienaventurados los que trepan y llegan hasta el fin! ¡Qué espectáculo! En las quebradas y en las faldas de todas las colinas que abarcan la ciudad, ranchos, casuchas, casas-quintas, mansiones suntuosas; allá abajo, las calles regulares de esta pintoresca ciudad irregular; en el plano inferior, el movimiento del trabajo, las mil embarcaciones del tráfico local, las mil naves del comercio universal; en el fondo, la faja claroscuro del horizonte ilimitado del Pacífico; a la derecha, la armoniosa cadena de las montañas, que domina el gigante de los Andes, el Aconcagua feliz, en cuya frente no toca otra luz que la primera, ni se emponzoña jamás el aire puro. Detrás de mí se levanta el baluarte de las colinas que, levantándose más a cada paso, no deja de subir hasta que se irgue en la fortaleza inexpugnable de los Andes. Allí, en la hendidura de dos cerros, aparece un recinto amurallado dentro del cual blanquea una ciudad. Es la ciudad de los muertos. Allí duerme Segundo Ruiz Belvis el primer sueño tranquilo de su vida. Voy a visitar al olvidado.

Tumbas suntuosas, panteones orgullosos dondequiera. No es el barrio de los ricos el que puede habitar el hombre pobre, ni el barrio de la aristocracia el que toleraría aquel representante de la democracia. Ruiz no está aquí.

Si hubiera un barrio de negros en la ciudad, en él viviría contento el primero que pidió en Puerto Rico la libertad de los negros. Si hubiera un barrio de esclavos… No estoy en Puerto Rico, estoy en Chile y aquí todos son libres; no estoy en el mundo de los vivos, estoy en el mundo de los muertos, y aquí empieza la emancipación de los errores, los intereses, las pasiones y los vicios que esclavizan.

¿En dónde estará Segundo Ruiz?  ¡Como todos los que sigilamos la vergüenza de la patria, habrá ido a esconderse en el rincón más oscuro!

¿No saben los habitantes de estas tumbas en dónde vive una víctima expiatoria de la patria antillana?, ¿un puertorriqueño arrogante que no quiso sufrir la esclavitud de su patria?, ¿un vagabundo de la libertad que vino a Chile buscando auxiliares para una revolución recalcitrante?, ¿un patriota, no el primero ni el último, que andaba pidiendo limosna para redimir la patria?, ¿un hombre que como otros muchos, cometió el error imperdonable de anticiparse a su tiempo y su país? Aquí me han dicho que vive y vino aquí, allá para el año de 1868…

Pero ¿qué saben del tiempo los ahogados en la eternidad, ni qué se ocupan de las revoluciones de las sociedades los ocupados en las evoluciones de la vida universal de la materia, ni qué conocen de patria estos pobres ricos cuya patria fue el dinero, o esos pobres miserables cuya patria fue el dolor? Si aquí estuviera la tumba de los Carrera, de Camilo Henríquez, de Freire, de Infante, de Francisco Bilbao, seguro estoy de que entre ellos viviría Segundo Ruiz: los buenos viven juntos.

¡Irreflexivo! Hubiera yo tenido la paciencia de preguntar las señas de la última casa de Ruiz a cualquier puertorriqueño… ¡A los puertorriqueños!  ¡Se olvidan de los vivos y no han de olvidarse de los muertos; se olvidan de sí mismos y no han de olvidarse de los otros; se olvidan de un compromiso, y no han de olvidarse de un deber! Estamos en 1873, y ha empezado en España el día de la República de los charlatanes ¿cómo no ha de haberse Puerto Rico entregado al placer de bendecir ese gran día?; ¿cómo he de exigirles que se distraigan de un juego infantil que tan pronto cesará?

Yo no ando buscando un pueblo muerto: ando buscando un hombre dormido.

¡Ruiz! ¡Segundo Ruiz!… No responde. Es un sueño pesado el de la muerte.

Y el de la muerte oscura, secretamente sufrida en el rincón de un hotel, casualmente presenciada por uno o dos hermanos… ¡Ah! ¡Ya recuerdo! El hermano médico que lo vio morir, que llegó tarde para hacer eficaces los recursos de su ciencia, que sólo pudo convencerse de que el moribundo moría por haberse obstinado en llegar al país de su esperanza a pesar de la fiebre que lo devoraba; el hermano médico, con los pormenores de aquella muerte rápida en que apenas hubo tiempo para señalar un rollo de papeles, para apretar suavemente una mano y para sonreír con la última sonrisa, me dio las señas de la tumba.

¡Pero si todas las tumbas de los olvidados se parecen!

No me costaría tantos esfuerzos el hallar la vivienda definitiva de mi colaborador, si Puerto Rico se acordara de él. ¿Puerto Rico?… Estará celebrando las pascuas de su nuevo engaño, firmando con rostro alegre la sentencia de ignominia…

¡Ruiz, Segundo Ruiz! ¡La patria está en peligro de perpetua esclavitud! ¡La patria está pactando con España!

Hasta los muertos responden a ese grito: los únicos sordos son los colonos. La tumba me ha respondido. Aquí está Ruiz.

¡Amigo de mis ideas! ¡Compañero del ímprobo trabajo!, hiciste bien en descansar de la existencia. Descansaste a tiempo. Ni viste a Cuba martirizada, ni a Puerto Rico escarnecida, ni a los héroes clamando en vano por auxilios, ni a los esclavos bailando al son de sus cadenas. No viste a los republicanos españoles sancionando en nombre de la república el martirio de la Isla regenerada, ni a la Isla degenerada mendigando las migajas sobrantes del banquete de sus amos. No viste a la más grande de las repúblicas, a la más sólida de las democracias, al más fuerte de los pueblos, disputando su derecho de vida a la república naciente, negándose a reconocer la nueva democracia, pactando amistosamente con el verdugo el precio de la sangre prodigada. No viste a los pueblos hermanos olvidando en su fortuna al hermano infortunado. No viste un pueblo entero levantando al cielo sus brazos descarnados, en tanto que otro pueblo, aspirante a la misma forma de gobierno y al mismo goce de la libertad y la justicia, descargaba sobre él los golpes más alevosos y más crueles, ni viste entre los dos, impasible a los gritos del hermano y disimulando las atrocidades del verdugo, al pueblo que nosotros preparábamos para el amor de la justicia. No viste a las naciones más civilizadas de la tierra enmudeciendo por cálculo ante la barbarie desenfrenada contra Cuba, ni viste a nuestra patria escarnecida sirviendo de prueba contra Cuba ante el mundo que la mira satisfecha. No viste a las naciones de este Continente en que reposas, erguirse en un momento de entusiasmo fútil en favor de Cuba, para adormecerse después a una señal de estos gobiernos que lo pueden todo para hacerse daño, que nada saben poder para hacer un bien. No viste pisoteada la lógica. No viste repudiada la justicia. No viste escarnecido cuanto es bueno. No viste renegado cuanto es cierto. No viste fementidas las promesas de la razón universal, muertas las esperanzas más concienzudas, hechas cenizas las aspiraciones más puras del alma humana, reducidas a fangosas realidades las verdades más queridas.

No viste la bacanal de la injusticia, el carnaval de la indignidad, la orgía de todos los errores, el galope infernal de todas las debilidades, la edad de oro de todos los egoísmos repugnantes, la edad de hierro de todas las abnegaciones, la omnipotencia universal del oro, la impotencia absoluta del deber, la canonización de las pasiones más abyectas, el endiosamiento de todas las barbaries, el juicio final del sentido común en nuestra especie.

Hiciste bien en descansar, Segundo Ruiz. Descansa en paz.

Escrito por Eugenio María de Hostos en 1873. INS

rsm/

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