P. Rico-El ambicioso proyecto de unificar nuevamente a Yugoslavia en una República Federativa, aunque probablemente no ya socialista (análisis)

Mira Mirosevich./Inter News Service, captura de pantalla.

Por Rafael Santiago Medina

San Juan, 15 oct (INS).- La República Federal Socialista de Yugoslavia (1963-1992) estaba conformada por seis repúblicas: Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia, además de dos provincias autónomas: Kosovo y Voivodina.

Durante décadas fue un sueño compartido por muchos: el gran Estado de los eslavos del sur. La antigua Yugoslavia aunó diversas etnias, religiones y naciones. Fue vanguardia política, económica y cultural.

Pero hace tres décadas se derrumbó de forma traumática, cuando Croacia y Eslovenia, dos de sus repúblicas constituyentes, declararon la independencia el 25 de junio de 1991. Así arrancó la destrucción y disolución.

Como fichas de dominó, las otras federaciones fueron separándose una tras otra en medio de una guerra civil descarnada.

Cientos de miles murieron. Millones huyeron. Se cometieron genocidios y pisotearon derechos humanos en nombre del nacionalismo. Se mataron entre vecinos.

Las guerras acabaron hace 20 años, pero las exrepúblicas yugoslavas conviven con fantasmas del pasado y un pesado lastre económico.

Durante cientos de años, el territorio que luego fue Yugoslavia se extendía entre dos influyentes imperios: el otomano y el austrohúngaro.

Las etnias balcánicas provienen de los pueblos eslavos, el grupo etnolingüístico más grande de Europa. Con el tiempo fueron formándose identidades nacionales, las etnias mayoritarias que constituyeron la antigua Yugoslavia: croatas, serbios, eslovenos, bosnios, macedonios, y albaneses. También, en menor medida, había y siguen estando otras etnias minoritarias como romaníes, búlgaros, turcos y judíos.

Las identidades nacionales estaban especialmente vinculadas a la religión. Los cristiano ortodoxo, eras serbio. Los católicos cristianos, eras croata. Los bosnios se convirtieron al islam pero realmente hablaban el mismo idioma que serbios y croatas.

La península balcánica no fue ajena al nuevo orden mundial impuesto tras la Primera Guerra Mundial.

“En 1918, tras la destrucción de los grandes imperios, en sus ruinas nace el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos”, hace el relato histórico de la región, Mira Milosevich, investigadora principal de Rusia y Eurasia en el Real Instituto Elcano en España.

Fue una solución impuesta por grandes potencias de la época, aunque durante toda la segunda mitad del siglo XIX varios intelectuales ya abogaban por la idea de unificar a los eslavos del sur.

La propia palabra Yugoslavia lleva esta idea en su nombre: yug, que significa sur, y slavija, tierra de eslavos.

“Los políticos aceptaron la unificación pero dentro se gestó una enorme paradoja. Croatas —del lado del ejército austrohúngaro— habían luchado contra los serbios en la Primera Guerra Mundial y volvieron a hacerlo en la segunda”, dice Milosevich.

“Fue una construcción bastante artificial de los Estados, prácticamente obligados a convivir después de ser enemigos en la guerra”, añade.

Por tratarse de una construcción política de las distintas identidades nacionales, era inevitable que hubieran muchas diferencias entre ellas.

El Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos adoptó el nombre de Reino de Yugoslavia —se le conoce como la primera Yugoslavia— en 1929 hasta 1941. Ese año fueron invadidos por las potencias del Eje fascista.

Tras la invasión, surge la Segunda Guerra Mundial surge la segunda Yugoslavia. Y con ella, las disputas nacionalistas endémicas.

Nacionalistas croatas y eslovenos facilitaron la creación de un territorio satélite de las fuerzas fascistas.

Mientras, una guerrilla de unionistas yugoslavos conocidos como partisanos, bajo el liderazgo de Josip Broz Tito, peleaba a la vez contra los fascistas invasores y los nacionalistas croatas y eslovenos.

La derrota del fascismo en 1945 encumbró a los partisanos y propició retomar el proyecto yugoslavo, esta vez apoyado en el comunismo.

La victoria de los partisanos de Tito constituyó el nacimiento de una Yugoslavia socialista. Tito se convirtió en líder, el salvador del nazismo.

Fue la raíz de la República Federativa Socialista de Yugoslavia, la gran nación vigente desde 1943 hasta su progresiva desaparición durante la década de los 90.

La nueva federación estaba formada por las repúblicas de Croacia, Serbia, Eslovenia, Bosnia y Herzegovina, Macedonia y Montenegro. Tito implantó en Yugoslavia un sistema socialista que se desmarcó del comunismo soviético. Conocido como socialismo autogestionario, era más descentralizado y otorgaba más autonomía a los trabajadores.

“El socialismo autogestionario fue una forma de lidiar con el pluralismo étnico de la sociedad yugoslava y permitía que los intereses regionales fueran escuchados y armonizados”, dice un informe del Banco Mundial al respecto.

El rumbo yugoslavo provocó el deterioro de relaciones entre Tito y Stalin. Tanto, que en junio de 1948 Yugoslavia fue expulsada de la Oficina de Información Comunista, integrada por la Unión Soviética y los países del bloque del Este.

Así, con un modelo alternativo y una posición más neutral en la geopolítica internacional, arrancaron unos años de estabilidad política que se tradujeron en importantes avances socioeconómicos.

Según el Banco Mundial, la economía yugoslava se desarrolló rápidamente tras 1954. Desde el 50 al 70, redujo a más de la mitad la mortalidad infantil, triplicó la tasa de doctores por pacientes y el analfabetismo cayó del 25% al 14%.

La muerte de Josip Broz Tito en 1980 destapó varias rencillas nacionalistas irresueltas dentro de la antigua Yugoslavia que desembocó en la Guerra de los Balcanes de la década de los 90 de finales del siglo pasado.

Ahora, tras el retorno de una relativa paz en esa región balcánica, el proyecto políticamente ambicioso es la reunificación de la República Federativa de Yugoslavia, aunque quizás ahora no socialista.INS

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