Cuba-El malecón habanero, una tradición imperdible (crónica)

Muchas personas se dan cita diariamente en el muro de concreto de unos ocho kilómetros que custodia una ancha avenida de la capital cubana. / Inter News Service/Cubadebate

Por Yunet López

La Habana, 7 ago (INS).- De un lado tiene las olas y del otro casi puede tocar a una Habana encendida que nunca lo deja dormir. Es puerta al mar para los pescadores, confidente de los melancólicos, inspiración para los poetas, fiesta de los divertidos, trabajo para los vendedores…

Así, como un viejo lagarto de cemento desnudo, el malecón extiende su cuerpo desde el castillo de San Salvador de La Punta hasta la desembocadura del río Almendares.

A todas horas llegan muchos hasta allí, donde se acaba la tierra y comienza el mar, porque dicen que en ocho kilómetros de muro se puede hallar un poco de cada cosa.

Cuentan que fue el 6 de mayo de 1901 cuando, bajo las precisiones de los ingenieros Mr. Mead y su ayudante, Mr. Whitney, comenzó a nacer la obra sin que imaginaran siquiera sus obreros que la última piedra sería colocada 50 años más tarde.

Por aquel entonces nació el malecón a la entrada de la bahía y terminó en los baños de los Campos Elíseos, en las inmediaciones de la calle 8, en El Vedado. Luego, de tramo en tramo, otros gobiernos lo continuarían hasta que, entre 1948 y 1952, finalizó en La Chorrera, donde se unen la marea y el Almendares.

Sesenta pescadores y un pez

“Vengo por las tardes desde que era niña y ahora traigo a mi nieto. Este lugar lo llevamos en la sangre los habaneros, todos venimos, ya sea por una melancolía o una diversión. Sí, es solo un muro, pero tiene su magia. ¿Qué buscamos aquí? La energía del mar, seamos religiosos o no”, dice Sonia Prieto, quien a sus 41 años “no ha encontrado en la ciudad un sitio más espiritual”.

Tal vez por eso, desde que a causa de unas subidas de presión el médico le recomendó “paz y tranquilidad”, la citadina Alina Garzón también empezó a visitar esta parte de la ciudad, según cuenta a Cubadebate.

“Camino varios kilómetros y luego me siento a mirar las olas que rompen, la gente que pasa… Me está ayudando a recuperar la salud. ¡Hasta para eso sirve el malecón!”, afirma, y comenta que desde que empezaron los paseos, nunca ha visto a ningún pescador sacar un pez del agua. Y mira una y otra vez a los que están cercanos a ella en busca del milagro.

La vara de Adolfo González se inclina y retuerce como si arrastrara una ballena hasta la orilla. Él recoge el hilo, lo suelta, pero su instinto de pescador por más de 20 años en estos arrecifes le dice que no es la gran cosa. Al final del breve combate, otra sardina del tamaño de su mano da saltos en la acera del malecón.

“No es fácil sacar un pez de aquí, y la mayoría de los que vienen son pescadores principiantes. El triunfo está en el método que se utilice. Yo uso mucho el señuelo, pero la suerte es la que manda”, asevera.

“¿Y ha tenido suerte usted?”, le pregunto. “Hace rato que no. En otros tiempos aquí se pescaba más. Mi mejor día de pesca en el malecón fue cuando cogí un pargo de 10 libras”, y sonríe como los cazadores más afortunados.

“¿Por qué vienen tantos pescadores al muro si es tan poca la suerte?”, cuestiono. “Es un hobby, un entretenimiento. Casi tanto como sacar un pez grande, me encanta lanzar la vara al agua y esperar, sacar una que otra sardina y tirar otra vez, vivir la emoción de la espera por el pez grande”, responde.

A su lado, otro hombre tienta al destino. Ramón Gutiérrez, albañil de profesión pero pescador desde pequeño, tiene a sus pies carajuelos y sardinas, todos del tamaño de sus dedos. “Uno se entretiene mientras intenta sacar algo, lo mismo pasa el extranjero, el borrachín, el loco, una muchacha bonita corriendo… En el malecón hay 60 pescadores y un pez, pero todos venimos siempre para ver a quién le toca”, expresa.

Chan chan a orillas del mar

Ella no es de las niñas que corre por el muro mientras sus padres la vigilan temerosos. Anisely Pedrola tiene nueve años y cada tarde viene con ellos a ver el mar, pues para esta familia de Centro Habana ya es un hábito ver la puesta de sol desde el muro.

“El malecón refresca y relaja, ayuda a disminuir el estrés. Nosotros trabajamos cerca, aquí no se cobra la entrada y es un lugar donde siempre se pasa bien”, dice su mamá, Annie Herrera.

También el joven informático José Miguel Rodríguez hace meses que viene hasta aquí todas las tardes, pero no precisamente para descansar. “Vengo a hacer ejercicios al muro, porque es un sitio relajante, tiene buena vista, hace fresco y uno se distrae”, comenta.

Y mientras dos enamorados corren, otros se sientan y conversan, y algún desilusionado mira hasta donde los ojos ya no pueden más, el malecón se estira con sus sueños, secretos, caminantes, vendedores y músicos a cuestas.

Con las notas del Chan Chan de Compay Segundo, las manos del joven tunero Luis Mena, de 34 años, desde hace más de dos años hacen cantar su guitarra para cubanos y turistas que pasan ratos de la noche cerca del mar.

“Esa es la canción que más me piden. También música romántica, como Mi historia entre tus dedos, de Gian Luca, algunas de José José; pero los extranjeros siempre se inclinan por temas tradicionales, como Guantanamera. Hay días en que vengo al oscurecer y me voy sobre las tres de la madrugada”, rememora.

Sólo a unos metros, la joven enfermera Ana María Martínez baila y canta al ritmo de las cuerdas y el bongó, mientras llenan el aire las notas de El cuarto de Tula.

“Hace rato no venía, pero cada vez que puedo me doy el gusto de una noche en el malecón, para con los amigos relajarnos, tomarnos una cerveza y disfrutar de la música; sin ella, sin esa cubanía nuestra y la sabrosura de los músicos, pierde un poco de encanto el malecón. Ellos le han puesto un sello de alegría”, manifiesta.

I love Cuba

El viento del atardecer marino despeina a Mali Miller, una joven estadounidense de paseo por el malecón. Sube al muro, se sienta y sonríe para la cámara de su novio que la retrata en “una de las puestas de sol más hermosas que he visto”.

Y luego de decir esto en un español que casi adivino, asegura: “I love Cuba, I love this place (Amo a Cuba, amo este lugar)”, y sigue andando por el muro con su sombrero de pajilla y los deseos de explorar cada curva del malecón.

Pasan tan ensimismados en la fotografía, que no ven a las dos muchachas con una canasta llena de flores de cristal. Yusnarys Cordero, de 23 años, hace seis meses que vende esas rosas con perfume de tienda. “En una noche damos hasta seis vueltas desde 23 hasta La Punta”.

“Comenzamos a las cinco de la tarde hasta las nueve, y otras veces empiezo a las nueve y termino a las dos de la madrugada. Nosotras adornamos las flores, les ponemos cintas, muñecos de peluche, pequeños letreros y perfume”, explica.

Yudermis Gregón desde hace cinco años se dedica a este oficio. “En una noche vendemos hasta 100. Los cubanos son muy detallistas. Y además, aquí venden también caramelos, chupa chupas, boniatos y papitas fritas, de todo”, enumera.

Otro de los vendedores que ha marcado con sus pasos la acera del malecón es Andy Fernández, de 21 años, quien desde hace dos vende rositas de maíz y chicharrones de viento en este sitio.

“A la gente le gusta y me compra bastante. Ahora camino desde la Piragua hasta Maceo, pero antes lo hacía hasta La Punta, que es una caminata de varios kilómetros. Los días en que hay mucho sol son los más difíciles, pero por la noche refresca y hay más gente. A veces vengo a la una de la tarde y, si me están comprando bastante, me voy sobre la medianoche”, aclara.

Ese es el malecón, con su espíritu de trabajo y disfrute, donde por estas mismas calles, bordándolo desde 23 hasta G, miles de cubanos han caminado con banderas y carteles en los tiempos en que todo un pueblo pedía que el pequeño Elián creciera en la Isla con su padre, y luego para que cinco jóvenes volvieran.

“Frente a la Oficina de Intereses de Estados Unidos muchas veces se detuvo la marcha con el Comandante Fidel al frente”, recuerda Armando Méndez, un habanero que en disímiles ocasiones participó.

Hoy, cercana a esa edificación, está la Tribuna Antiimperialista, la estatua de Martí y el monumento al Mayor General del Ejército Libertador Antonio Maceo que, junto a la brisa salada, guardan la historia de este pedazo de la capital. INS

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